Un buen amigo acaba de mandarme por correo electrónico
un video maravilloso. Está en YouTube, tiene ya muchos años y seguramente lo
haya visto medio mundo, pero yo no lo conocía. Es un encuentro del Sexteto de
Astor Piazzolla con Osvaldo Pugliese y su Orquesta en un teatro de Amsterdam,
en junio de 1989. Tocan La Yumba, la emblemática y onomatopéyica
creación de Pugliese, cuyo nombre cifra una manera muy singular de arrastrar el
ataque y de acentuar los tiempos del compás.
Pugliese está con 84 años y luce un moño impecable;
sus dedos largos y huesudos caen sobre el teclado con la seguridad del
sonámbulo y todavía parecen conducir la orquesta entera. La ejecución termina
y, todavía en medio de los aplausos, empieza a sonar un piano. Es Gerardo
Gandini, integrante del último sexteto de Piazzolla. Gandini continúa
tocando La Yumba a su manera, que es una manera
particularmente explosiva. Esa composición (y la orquesta misma) de Pugliese
tiene una cosa muy obsesiva, que Gandini extrema.
El cameraman tiene una intuición genial, al enfocarlo
en tres o cuatro oportunidades a Pugliese mientras suena el solo de Gandini.
Primero su rostro revela perplejidad, como si el venerable maestro se
preguntara “qué es esto”. En una segunda imagen parece como si Pugliese dijera
algo y llega a esbozar una media sonrisa. Poco después reaparece más serio,
acaso impaciente, y da un ligero resoplido. En medio de todo eso la cámara
busca la cara de Piazzolla, que baja un poco la vista mientras ríe pícaramente.
Algún músico de sexteto parece mirarlo a Gandini un poco desorbitado.
Gandini no sólo sorprende al autor de La Yumba sino
también a sus propios compañeros del sexteto, entre otras cosas porque en el
mundo del tango los homenajes (y lo de Gandini es a su manera un homenaje a
Pugliese) se conducen de manera más solemne. La improvisación de Gandini
continúa, hasta que pasado el minuto el músico comienza a frenar sus
explosiones y dos o tres segundos le bastan para preparar la introducción
de Adiós Nonino, en donde volverán a sumarse el sexteto y la
orquesta, con Pugliese tocando de nuevo el piano mientras ojea la partitura de
Piazzolla abierta en su regazo.
Gandini había sido convocado a fines de los ochenta
por Piazzolla para integrar su sexteto durante una gira por Japón. Hasta ese
momento su relación profesional con el tango era inexistente. Según su propio
testimonio, el tango era más que nada un recuerdo que asociaba con su padre y
con su infancia en Villa del Parque. De todas formas, Gandini no rehusó el
ofrecimiento, tal vez sin saber muy bien lo que le esperaba. “Tocás como un
italiano”, le propinó Piazzolla en el primer ensayo, lo que quería decir que
tocaba todas las notas escritas cuando había que tocar sólo las que importaban.
Pianista consumado, Gandini admitió que tuvo que practicar días enteros hasta
conseguir el timing y la economía requeridas por Piazzolla, además de eso que
los músicos de tango orgullosamente llaman “mugre”.
Pero Gandini no se conformaría con ese orgullo de
arrabal. El sorprendente solo de La Yumba ya prefigura
claramente los “postangos”, el proyecto que Gandini encaró en 1992, tras la
muerte de Piazzolla. En esa improvisación todo parece provenir efectivamente
de La Yumba. Es como una Yumba estallada en poco más de un minuto.
Gandini no estiliza los tangos por vía de procedimientos clásicos. Con tangos
“duros” como ese de Pugliese o con La Cumparsita parece
incluso que asistiéramos a una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo. Lo que se oye
no es un tango “culto”, aunque la forma de esas improvisaciones no podrían
provenir de un músico de tango, ni siquiera de uno tan poco idiosincrático como
Osvaldo Tarantino. Los “postangos” que se vislumbran en ese solo de 1989 forman
un extraño y fascinante capítulo de la música contemporánea, que se abre y se
cierra con Gandini. La perplejidad algo incómoda de Pugliese es perfectamente
comprensible, ya que lo que se expresa allí no es una continuación del tango
por otros medios sino, más bien, un bellísimo epitafio.
Piazzolla y Pugliese en Holanda concierto histórico - Bruno Passarelli
Tuve el honor y el placer de estar sobre ese escenario
en ese concierto histórico. Con la inconsciencia que da la juventud, estuve
haciendo música que nunca se olvidará con dos grandes del tango y de la música.
De ese concierto, además de los recuerdos imborrables (como si fuera hoy)
conservo una partitura firmada por Astor, que dice “recuerdo de haber tocado
juntos en Amsterdam” de su puño y letra.
Fue el 29 de junio de 1989, ante el
teatro repleto, sobre todo por un público joven, atento y entusiasta. Hay
un video que anda dando vueltas por la red que muestra a don Osvaldo impecable
en su traje gris oscuro cruzado y con un restallante moñito de color violeta, y
a Astor vestido informalmente, con esa camisa negra que en su última época era
su vestimenta preferida y descifradora.
La orquesta se desplegó de su manera habitual. Los bandoneonistas
eran Roberto Alvarez, Alejandro Prevignano, Fabio Lapinta y Héctor del Curto. A
sus espaldas, la línea de violines con Gabriel Rivas, Diego Lerendegui y
Fernando Rodríguez. Sobre el lado izquierdo, el cellista Patricio Villarejo y entre Lerendegui
y el piano de don Osvaldo, se posicionó Amilcar Tolosa con su contrabajo.
Los integrantes del Sexteto se distribuyeron mezclados entre los músicos de Pugliese. Un paso más adelante de la fila de bandoneones, en su posición tradicional, o sea de pie con el instrumento sobre la rodilla derecha, se ubicó Piazzolla, a quien imitó Daniel Binelli, convocado por Astor para la ocasión.. Detrás de los violinistas, quedó el piano destinado a Gerardo Gandini. Y se entremezclaron los otros tres integrantes del Sexteto: José Bragato (cello), Héctor Console (contrabajo) y Horacio Malvicino (guitarra).
Sin decir palabra, y tras agradecer los aplausos con una sonrisa y con una leve inclinación de cabeza, Pugliese dio el vía desde el piano a los compases de “La Yumba”. Y el teatro pareció retumbar al ritmo milonguero y prepotente de los bandoneones, esta vez realzados en sus sonidos con las zapadas vigorosas de Piazzolla y Binelli. La ejecución siguió la orquestación tradicional, a la que Astor pareció adaptarse sin ninguna dificultad, algo que después desmentiría. Y el cierre, como podía esperarse, fue una ovación que hizo temblar hasta los cimientos del Teatro Carré.
Los integrantes del Sexteto se distribuyeron mezclados entre los músicos de Pugliese. Un paso más adelante de la fila de bandoneones, en su posición tradicional, o sea de pie con el instrumento sobre la rodilla derecha, se ubicó Piazzolla, a quien imitó Daniel Binelli, convocado por Astor para la ocasión.. Detrás de los violinistas, quedó el piano destinado a Gerardo Gandini. Y se entremezclaron los otros tres integrantes del Sexteto: José Bragato (cello), Héctor Console (contrabajo) y Horacio Malvicino (guitarra).
Sin decir palabra, y tras agradecer los aplausos con una sonrisa y con una leve inclinación de cabeza, Pugliese dio el vía desde el piano a los compases de “La Yumba”. Y el teatro pareció retumbar al ritmo milonguero y prepotente de los bandoneones, esta vez realzados en sus sonidos con las zapadas vigorosas de Piazzolla y Binelli. La ejecución siguió la orquestación tradicional, a la que Astor pareció adaptarse sin ninguna dificultad, algo que después desmentiría. Y el cierre, como podía esperarse, fue una ovación que hizo temblar hasta los cimientos del Teatro Carré.
Aquella velada, bajo el título “Finally Together” y
grabada en vivo, fue llevada al disco recién en 1992 (Lucho 7704-2 CD) . Además
de “Adiós Nonino” y “La Yumba”, que el Sexteto de Astor y la orquesta de
Pugliese interpretaron juntos, la registración incluye los otros temas que la
formación de Piazzolla ejecutó: “Buenos Aires Hora Cero”, “Tanguedia III”, “Milonga
del Angel”, “Camorra III”, “Preludio y Fuga”, “Sex-tex” y “Luna”.
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